4.
Su cara acabó por iluminarse del todo, a la vez que unas mariposillas revolucionaban su estómago. -Fantástico - pensó.
No tardó mucho en decidir lo que iba a hacer. Se fue a su casa, cogió su libreta preferida, aquella con hojas que olían a pino y escribió.
“Querido Raúl…”
La carta le quedó preciosa, la ató bien fuerte al extremo de la cinta y lo soltó. Era la segunda vez que veía como se marchaba aquel globo, pero algo le decía que no sería la última.
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